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miércoles, 3 de junio de 2015

Valença Medieval

       

Movimiento de partida

Había, como en cualquier otra parte del mundo, un movimiento para nacer y otro para morir; el de estar enfermo y el de amar la vida y las cosas; el de hacer un gesto sobre el dorso de los animales que pastaban y decir: «¡los bueyes y los carneros son preciosos!»; el de arar y gra­dar la tierra, de traer leña para la lumbre, lavarse los pies, cenar e irse pronto a la cama. Así se movían las noches y los días de la infancia, y el tiempo de los años, de los meses y de los abuelos - con domingos bochornosos que en el Invierno tiraban del frío y de la leña hacia dentro de las casas, y que en el Verano hacían más vastos el tiempo y los días. Además, creo que el primero de todos los movi­mientos de la infancia fue el de la partida. (Más tarde, comprendí que ése era un movimiento total y definitivo, el que nos llevaba para siempre para lejos de las Azores: su despoblamiento).
Lo supe cuando las personas de las casas vecinas entraban en una especie de cuenta atrás de todo lo que hasta entonces las movía y explicaba. Empezaban por des­pedirse del mar, de la agricultura, de los bueyes, de los instrumentos y de los oficios; después, se paraban en el rincón de cada calle para ver a quienes por allí pasaban, con unos ojos repentinamente invadidos por la saudade y la tristeza, como si estuviesen a punto de separarse no de la aldea y de la familia sino de la propia vida.
En cierto modo, aquélla era una nueva forma de morir alrededor, de morir a los ojos de la tierra y de las personas - aunque por dentro una voz adversa, la de la espe­ranza, les contase en secreto los misterios remotos de la vida con salud y abundancia, en las tierras del Brasil y de América.
Una mañana, todavía muy temprano, nos desperta­mos con sus agudos y lancinantes gritos de náufragos. Corrimos a la puerta de la calle. Asistimos al espectáculo de ese dolor único y familiar de los que se iban lejos. Había siempre un taxi parado a la puerta, con el motor funcionando, y el taxista ayudaba a acomodar los bultos en el maletero: parecía indiferente a los gritos, porque era la única persona que mantenía los ojos secos. Su rostro parecía entre sereno y lívido, sus manos estaban como invisiblemente trémulas. Había en su voz una conmoción ardiente y silenciosa - pero, viéndolo bien, todo él suda­ba, y también transparentaba la misma palidez fría y matinal, que denunciaba lo embarazoso de aquellas des­pedidas. Cuando el taxi subió la Rua Direita, vi los pañue­los agitarse al aire, oí los gritos desesperados de los que se quedaban, y me entró un vago dolor en el alma, al mismo tiempo ajeno y surgido del fondo de mis lágrimas. Un día, también a mí me llegaría la hora de verme allí dicien­do adiós a la familia, o de ser yo el que se iba de mi tierra, con rumbo a los caminos, a los barcos y a los aviones de la emigración...
La sangría de mi familia saliendo de la isla la empezó la tía Urbana, cuando decidió, casi de un día para otro, embarcarse para el Brasil, en una especie de fuga madrugadora y clandestina. Tomaría un barco para Lisboa, después un avión a la ciudad de Sao Paulo, y así se perdería de la isla y de nuestra memoria de ella.
Apenas me acuerdo de su rostro seco y chiquito, tan circunspecto como el de mi padre. Pero me acuerdo perfectamente de que la vimos marcharse en la parte de delante del coche de línea del Nordeste, y tan temprano como lo permitían las primeras luces de la mañana, siendo su intención la de andar, primero, un buen trozo de camino, hasta que la recogiesen en la carretera y ahorrarse así el precio de medio billete en el viaje a nuestra ciudad de Ponta Delgada.
La tribu de la familia se despidió de ella en el extremo de la parroquia, en la salida hacia el Caminho Novo, y se quedó allí asistiendo a su lenta y progresiva extinción en la mañana rosada de ese primer y único día de su destino. La vi subir la rampa del Caminho Novo, volverse de vez en cuando para atrás, decir ¡adiós!, ¡adiós!, ¡adiós!, y secarse las lágrimas con el pañuelo blanco con el que nos despedía; desapareció en lo alto de la curva, en donde la carretera empezaba a bajar para el riachuelo de la Salga. Nunca volví a ver su pequeño rostro, de simio. Sin embargo, los adultos que estaban allí conmigo se pusieron a espiar sus pasos y a seguir el bulto que caminaba carretera abajo. Me instigaron a abrir bien los ojos, a verla allá muy lejos, describiendo la curva de Redondo, pasando entre los macizos de hortensias azules que crecían en las cunetas de la carretera. Y decían: «Mírala, por allí va, por allí va», meneando la cabeza, mirando al frente, siempre y tan sólo al frente.
Yo, que hacía mucho que había dejado de verla, llegué a la conclusión de que mi tía Urbana era al fin una cuestión de fe. Todos necesitaban creer en su partida, en ese paso suyo por el tiempo que la llevaba fuera de la isla, tanto como todavía hoy yo creo en su existencia brasileña. Y fue también por eso por lo que decidí mentirme a mí mismo y decirle a los demás que sí: era verdad, yo seguía divisándola a lo lejos, en los confines de la carretera y del destino. Y para que todos creyesen en mí, le hice grandes y repetidos gestos de adiós y despedida, tal como hacían los tíos y los primos que habían ido allí para honrarla, para sonreírle una última vez y para llorar después.
En el fondo de mi alma, me despedí de todo y de todos: de ella, de la infancia y de la familia, del tiempo y de la edad, los cuales ya nunca dejaron de perseguirme, de llevarme con ellos en las alas del viento, de perderse conmigo entre recuerdos, placeres, sombras, hilos, ecos, claridades, amarguras de la vida.
Joao de Melo


Aconteceu
Eu não estava à tua espera
E tu não me procuravas
Nem sabias quem eu era
Eu estava ali só porque tinha que estar
E tu chegaste porque tinhas que chegar
Olhei para ti
O mundo inteiro parou
Nesse instante a minha vida
A minha vida mudou
Tudo era para ser eterno
E tu para sempre meu
Onde foi que nos perdemos?
O que foi que aconteceu?
Tudo era para ser eterno
E tu para sempre meu
Onde foi que nos perdemos, meu amor?
O que foi que aconteceu?
Aconteceu
Chama-lhe sorte ou azar
Eu não estava à tua espera
E tu voltaste a passar
Nunca senti bater o meu coração
Como senti ao sentir a tua mão
Na tua boca o tempo voltou atrás
E se fui louca
Essa loucura
Essa loucura foi paz
Tudo era para ser eterno
E tu para sempre meu
Onde foi que nos perdemos?
O que foi que aconteceu?
Tudo era para ser eterno
E tu para sempre meu
Onde foi que nos perdemos, meu amor?
O que foi que aconteceu?