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martes, 23 de junio de 2015

Trajes de España






Tratado de la vida elegante

El hombre de buen gusto siempre debe saber reducir la necesidad a lo simple.
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Cada cosa debe parecer lo que es.
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En todo, la multiplicidad de colores será de mal gusto.
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La elegancia elaborada es a la verdadera elegancia lo que una peluca al pelo.
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La indumentaria es la expresión de la sociedad.
El erudito o el hombre del mundo elegante que quisiera buscar, en cada época, los vestidos de un pueblo, elaboraría así la historia más pintoresca y verdadera desde el punto de vista nacional. 
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Si el pueblo te mira con atención, estás mal arreglado: estás demasiado arreglado, demasiado acicalado o demasiado rebuscado.
Según semejante inmortal sentencia, todo caminante debe pasar desapercibido. Su triunfo consiste en estar a la vez vulgar y distinguido, reconocido por los suyos y pasado por alto por la muchedumbre.
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Ir más allá de la moda es volverse una caricatura.
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Y para terminar con la importancia del andar en lo que respecta a los diagnósticos, les ruego que me permitan una anécdota diplomática. La princesa de Hesse-Darmstadt trajo a sus tres hijas a la emperatriz, con el fin de que eligiera entre ellas a una esposa para el gran duque, dijo un embajador del siglo pasado, Mercy d’Argenteau. Sin haberles hablado, la emperatriz se decidió por la segunda. La princesa, asombrada, le preguntó la razón de aquel juicio tan breve.
—Las he mirado a las tres desde mi ventana mientras se apeaban de la carroza —contestó la emperatriz—. La primogénita ha dado un tropezón, la segunda ha bajado con naturalidad y la tercera ha saltado el escalón. La primera debe de ser torpe, la pequeña despistada.

Balzac, Honoré de