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jueves, 25 de junio de 2015

Escolajoso





­El lechero

El lechero escribió en una nota: «Hoy no queda mantequilla, lo siento». La señora Blum leyó la nota e hizo las cuentas, movió la cabeza y volvió a sumar, luego escribió: «Dos litros, cien gramos de mantequilla, ayer no había mantequilla y me la cobró».
Al día siguiente el lechero escribió: «Disculpe». El le­chero viene a las cuatro de la mañana, la señora Blum no lo conoce, tendría que conocerlo, pensaba a menudo, un día tendría que levantarme a las cuatro para conocerlo.
La señora Blum teme que el lechero pueda estar en­fadado con ella, que el lechero pueda pensar mal de ella, su lechera está abollada.
El lechero conoce la lechera abollada, es la de la señora Blum, por lo general pide siempre dos litros de leche y cien gramos de mantequilla. El lechero conoce a la señora Blum. Si le preguntaran por ella, diría: «La señora Blum pide dos litros y cien gramos, tiene una lechera abollada y una letra que se lee muy bien». El lechero no se apura, la señora Blum no tiene deudas. Y si sucede, pues puede su­ceder, que deje diez céntimos de menos, él le escribe una nota: «Diez céntimos de menos». Al día siguiente sin más tiene allí los diez céntimos y en la nota pone: «Disculpe». «No pasa nada» o «no hay por qué», piensa entonces el le­chero y lo escribiría en la nota, pero entonces ya parecería como si se estuvieran carteando. No lo escribe.
Al lechero no le interesa en qué piso vive la señora Blum, la lechera está siempre abajo, junto a la escalera. Si no está allí, no se apura. En el equipo principal jugaba en una ocasión un Blum, el lechero lo conocía, y tenía las orejas gachas. A lo mejor la señora Blum tiene las orejas gachas.
Los lecheros tienen unas manos inapetentemente lim­pias, rosadas, toscas y deformes. La señora Blum piensa en ello cuando ve sus notas. Ojalá haya encontrado los diez céntimos. A la señora Blum no le gustaría que el lechero pensara mal de ella, tampoco le gustaría que hablara con la vecina. Pero nadie conoce al lechero, en nuestro barrio nadie. A nuestra casa viene a las cuatro de la mañana. El lechero es uno de esos que cumplen con su obligación. Quien trae la leche a las cuatro de la mañana cumple su obligación, a diario, los domingos y los días de hacer. Pro­bablemente los lecheros no están bien pagados y probable­mente a menudo les falta dinero al hacer las cuentas. Los lecheros no tienen la culpa de que la leche suba de precio.          
Y, en realidad, a la señora Blum le gustaría conocer al lechero.
El lechero conoce a la señora Blum, pide dos litros y cien gramos y tiene una lechera abollada.

Peter Bichsel