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lunes, 2 de febrero de 2015

Oficios


Existe en Madrid un negocio del que en París no se tiene la me­nor idea: son los aguadores. Sus tiendas consisten en un cántaro de barro blanco, una pequeña cesta de junco o de hojalata, con dos, o tres vasos, algunos azucarillos (palitos de caramelo y porosos) y al­gunas veces un par de naranjas o de limones. Otros llevan a la es­palda unos pequeños barriles envueltos en hojarasca. Algunos tie­nen sus puestos en el Paseo del Prado, muy adornados y con anun­cios publicitarios de cobre amarillo y con banderines que en nada desmerecen de las magnificencias de los vendedores de coco de París.
Estos vendedores suelen ser muchachos gallegos que visten chaqueta color tabaco, calzones, polainas negras y un sombrero puntia­gudo.
Un vaso de agua cuesta un cuarto (aproximadamente dos ochavos). El fuego para encender un pitillo parece ser, después del agua, la mayor necesidad de Madrid. «¡Fuego, fuego!», se oye por todas partes, mezclándose con el grito de «¡Agua, agua!». Es una lu­cha encarnizada entre los dos elementos para ver quién puede ha­cer más ruido. Ese fuego, más inextinguible que el de Vesta, es lle­vado por unos chavales en unos pequeños cuencos, llenos de car­bón y de finas cenizas, con un mango para no quemarse los dedos.

Théophile Gautier - Viaje a España    (1840)
El escaparate

Un hombre que se paseaba por el barrio judío de una ciudad vio un escaparate lleno de despertadores, relojes de pared y de pulsera. Precisamente necesitaba que le reparasen el reloj, así que entró y se encontró con el encargado, al que le explicó lo que deseaba.
-Lo siento mucho -le dijo el encargado-, pero no puedo hacer nada por usted.
-¿Y por qué?
-Porque no soy relojero.
-¿No es relojero?
 -No. Soy un rabino especializado en circuncisiones. Soy un circuncidador.
-Pero, entonces -dijo el hombre-, si no es un relojero, ¿por qué coloca en su escaparate todos estos relojes y péndulos?
-Si no -dijo el rabino-, ¿qué queréis que coloque?

Jean-Claude Carrière