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sábado, 3 de mayo de 2014

Impremta Falcó





Marjorie se empareja

Iba a venir... Iba a venir... ¡Dios bendito! Iba a venir para casarse con ella... ¡desde Minnesota!
Marjorie leyó la carta una y otra vez, temblando, sin aliento, sosteniendo desesperadamente la misiva con los diez dedos de las manos. Finalmente, cuando sus ojos empezaron a ver borroso y ya no pudo leer su caligrafía, apretó la carta contra sus pechos desnudos. Así depositaría en ella toda la felicidad de su corazón. Iba a venir desde Minnesota... ¡Iba a viajar toda esa distancia para casarse con ella!
Cada palabra, cada falta de puntuación, se habían grabado en su memoria. La mera idea de la carta era como un poema fluyendo por su interior -como el escalofrío producido por un calor repentino- y los fragmentos de cada renglón se repetían como los rugidos de la tubería de una caldera.
Su carta no era una petición de matrimonio, pero le decía que le gustaba su aspecto en la foto que le había enviado. ¿Y por qué iba a venir desde Minnesota si no tenía intención de pedirle que fuera su esposa? Sin duda la quería.
Marjorie también tenía su foto. Podía notar la fuerza incansable de los delgados músculos que surcaban su cara hasta el mentón. Recorrió con los dedos sus facciones. La excitación la llenó de pasión por el hombre con quien se  emparejaría. Era un hombre fuerte. Haría con ella lo que quisiera.
Seguro que ella le gustaría. Era un hombre maduro y cuando se casan los hombres maduros buscan la belleza del alma y el cuerpo. Marjorie era bella. Su belleza era su juventud y su encanto. Él le había escrito que sus ojos y su cara y su cabello eran los más lindos que había visto jamás. Y su cuerpo también era bello. Él lo podría ver cuando viniera. Sus piernas esbeltas eran frescas y firmes como los pinos jóvenes en pleno invierno. Su corazón era cálido y ávido. Ella le gustaría... seguro.
Si ella le gustase, y si él la quisiese, y seguro que lo haría en cuanto la viera, Marjorie le entregaría su alma. Su alma sería su gran regalo. Primero le entregaría su amor, luego su cuerpo y, finalmente, su alma. Nadie había poseído jamás su alma. Pero tampoco su cuerpo ni su corazón habían sido poseídos.
Él le había escrito unas cartas sinceras. Le había dicho que quería una esposa. Estaba solo, decía. Vivía solo en Minnesota. Marjorie también se sentía sola. Había vivido sola los cinco largos años desde la muerte de su madre. Ella comprendía. Siempre había sido una persona solitaria.
Marjorie preparó una habitación para él y esperó a que llegara. Lavó tres veces las sábanas de lino y las fundas de almohada. Secó las sábanas en las ramas de los abetos y las planchó al amanecer, cuando aún estaban húmedas y olían a pino.
El día de su llegada Marjorie se despertó mucho antes del amanecer. El sol ascendió fresco y con rapidez.
Antes de preparar la ropa que se iba a poner para él, corrió a la habitación y ahuecó las almohadas y alisó la colcha por última vez. Luego se vistió rápidamente y condujo su automóvil a la estación que estaba a diecinueve millas de distancia.
Llegó en el tren de las doce procedente de Boston. Era mucho más grande de lo que se había imaginado y mucho más guapo de lo que había esperado.
-¿Eres Marjorie? -le preguntó con voz ronca.
-Sí -respondió con avidez-. Soy Marjorie. ¿Tú eres Nels?
-Sí -sonrió y sus miradas se encontraron-. Soy Nels.
Marjorie llevó a Nels al automóvil. Subieron y se pusieron en marcha. Nels era un hombre silencioso. Hablaba poco y con voz decidida. Miraba a Marjorie todo el rato. Fijó la mirada en sus manos y su cara. Ante este evasivo escrutinio ella se puso nerviosa. Cuando hubieron avanzado varias millas él colocó su brazo a lo largo del respaldo del asiento. Marjorie sólo notó su brazo una o dos veces. El avance del automóvil por la carretera llena de baches los lanzaba a ambos de un lado a otro. Los brazos de Nels eran fuertes y musculosos como los de un leñador.
A última hora de la tarde, Marjorie y Nels caminaron por el bosque hacia el lago. Soplaba un viento frío del noreste y el lago estaba movido como si fuera a caer una tormenta. Mientras miraban las olas subidos a una roca en la orilla del lago, una repentina ráfaga de aire lanzó a Marjorie contra el hombro de Nels. Este la sujetó con sus brazos de acero y saltó al suelo. Más tarde Marjorie le mostró a Nels la heladera y le indicó el cobertizo donde guardaban las barcas durante el invierno. Luego regresaron a la casa cruzando el bosque de pinos y abetos.
Mientras Marjorie preparaba la cena, Nels se quedó sentado en la sala fumando su pipa. Varias veces Marjorie se acercó corriendo a la puerta para echar una breve ojeada al hombre con quien se iba a casar. En él, el único movimiento visible era el humo procedente de la cazoleta de su pipa. Cuando la cena estuvo lista Marjorie se cambió rápidamente de vestido y llamó a Nels. Este disfrutó de la cena. Le gustó su manera de preparar el pescado. La piel de Marjorie estaba tan caliente que no podía soportar el contacto de sus propias rodillas. Nels comió con gran apetito.
Después de llevar rápidamente los platos a la cocina, Marjorie se volvió a cambiar de vestido y se dirigió a la sala. Nels estaba sentado junto a la chimenea. Se quedaron en silencio hasta que ella le mostró un álbum de fotos. Él las miró en silencio.
Durante toda la velada ella esperó que la tomara en sus brazos y la besara. Lo haría más tarde, sin duda, pero ella quería estar en sus brazos ahora. Él no la miró.
A las diez y media Nels dijo que se quería ir a la cama.
Marjorie se levantó de un salto y fue corriendo a la habitación. Abrió la cama con aroma a pino y ahuecó las almohadas. Se inclinó y colocó su mejilla encendida sobre las sábanas perfumadas y frescas. Le costó despegarse de la cama, pero regresó a la sala donde Nels seguía en silencio.
Después de que Nels se retirara a su habitación y cerrara la puerta detrás de él, Marjorie se fue a su propio dormitorio. Se sentó en la mecedora y miró hacia el lago. Se levantó de la silla pasada la medianoche y se desnudó. Justo antes de retirarse fue de puntillas hasta la puerta de Nels. Se quedó escuchando atentamente durante varios minutos. Sus dedos tocaron suavemente la puerta. Él no la oyó. Estaba dormido.
Marjorie se despertó a las cinco. Nels entró en la cocina a las siete, mientras ella preparaba el desayuno. Se acababa de lavar y por debajo del traje de tweed ella notó la solidez de su cuerpo.
-Buenos días -dijo.
-Buenos días, Nels -le saludó ella ansiosa.
Después de desayunar se quedaron en la sala un rato mientras Nels fumaba su pipa. Cuando terminó se levantó y se colocó delante de la chimenea. Sacó su reloj y miró la hora. Marjorie permaneció detrás, sentada en silencio.
-¿A qué hora sale el tren a Boston? -le preguntó.
Ella le respondió sin apenas aliento.
-¿Me puedes llevar a la estación? -le preguntó.
Ella dijo que lo haría.
Marjorie fue de inmediato a la cocina y se inclinó sobre la mesa. Nels se quedó en la sala llenando la pipa. Marjorie corrió varias veces a la sala, pero cada vez que alcanzaba la puerta regresaba a la cocina. Quería preguntarle a Nels si iba a volver. Cogió un plato y se le cayó al suelo. Era la primera pieza de porcelana que había roto desde la muerte de su madre. Se puso el abrigo y el sombrero tiritando. ¡Claro que iba a volver! ¡Qué tontería pensar que no lo fuera a hacer! Probablemente se iría a Boston a comprarle regalos. Volvería... por supuesto que volvería.
Cuando llegaron a la estación Nels alargó la mano. Ella le dio la suya. Era la primera vez que sus pieles se tocaban.
-Adiós -dijo.
-Adiós, Nels -dijo ella sonriéndole-. Espero que hayas disfrutado de la visita.
Nels cogió su bolsa de viaje y se dirigió a la sala de espera.
Marjorie notó que sus brazos y piernas se le entumecían. Puso el coche en marcha con incertidumbre. No le había dicho que fuera a regresar.
-¡Nels! -gritó ella desesperadamente. Agarró con sus dedos sin vida la puerta del automóvil.
Nels se detuvo y se dio la vuelta.
-Nels, puedes volver siempre que quieras -imploró ella sin vergüenza.
-Gracias -respondió él brevemente-, pero regreso a Minnesota y nunca más volveré.
-¿Qué? -gritó ella. Sus labios temblaban con tanta violencia que apenas podía hablar-. ¿Adónde vas...?
-A Minnesota -respondió.
Marjorie condujo tan rápido como se lo permitía el automóvil. En cuanto llegó a casa se metió en la habitación de Nels.
Allí Marjorie se quedó de pie junto a la cama y miró con los ojos llenos de lágrimas las sábanas arrugadas y las almohadas. Sollozó y se tiró en la cama en la que Nels había dormido. Abrazó las almohadas y las llenó de lágrimas. Sintió el cuerpo de él contra el de ella. Besó su cara y le presentó los labios para que él la besara.
Cuando se levantó ya había anochecido. El sol se había puesto; el día había pasado. La luz del crepúsculo era lo único que mostraba sombras en la habitación.
Marjorie se puso una manta por los hombros. Arrancó las sábanas y las fundas de almohada de la cama y corrió a ciegas hacia su propio dormitorio. Abrió su arcón de cedro y dobló con ternura las sábanas y las fundas de almohada. Colocó las sábanas dobladas en el arcón y lo arrastró al lado de su cama.
Marjorie encendió la luz y se metió entre las sábanas de su propia cama.
-Buenas noches, Nels -susurró en voz baja. Sus dedos tocaron la tapa lisa del arcón de cedro que tenía al lado.

Erskine Caldwell