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miércoles, 31 de julio de 2013

Care Santos



Mago responsable busca señorita soltera para chou

Para Óscar Esquivias

Yo no soy de ésas que van por ahí contestando a todos los anuncios que ven, no me malinterprete usted. Contesté al suyo porque llevo una temporada pasándolas canutas, el Tuerto me abandonó por tercera vez no hace ni dos meses y yo me he jurado a mí misma no volver con alguien como él ni que me lo pidiera de rodillas jurándome fidelidad eterna delante del Sagrado Corazón. El Tuerto ha sido mi novio durante siete años, cinco meses y veintidós días. Eso sin contar las épocas intermedias en que me dejó para largarse con sus fulanas, porque si lo hago resulta que me he pasado más de doce temporadas pegada a sus calzones. Lo de «temporadas» es porque yo soy una verdadera artista, ¿sabe usted? Siempre me he ganado el pan con honradez en los escenarios, y no sé hacer ni un huevo frito, pero canto mejor que la Piquer.
El Tuerto era de esos hombres que te abandonan de un día para otro. Que igual terminan de echarte el último polvo de la madrugada, se dan la vuelta para escupir en el suelo y meterse un cigarrillo entre los labios y te sueltan: «Mañana no quiero verte por aquí». Y se quedan tan anchos. Ya me lo había hecho otras veces, pero nunca tan en serio como la última. Antes se largaba con alguna guarrilla del Bohemia y me dejaba a mí como la viuda que regenta los negocios del maromo que expiró. Porque el Tuerto -así le gustaba que le presentaran- era el propietario y el director artístico del Café Bohemia, el lugar donde los artistas nacen, según proclama un letrero colgado sobre la puerta de entrada. Digo yo que era más bien el lugar donde los artistas sobrevivían, a juzgar por el elenco que cada noche subía al escenario. Y es que, señor mago, salvándome a mí, estaban todos mis compañeros de bambalinas más secos que una mojama. Le decía del Tuerto -que, por cierto, de propietario nada, el Bohemia lo tenía alquilado desde hacía un montón de años, buena alegría me llevé al saberlo, si me llego a enterar antes de que el fulano no tiene nada que dejarle a nadie en testamento no le aguanto tantos años, que él siempre me tuvo engañada con tanto «Perlita de mi vida, a ti te voy a dejar yo el Bohemia, para que lo dirijas según tu buen entendimiento» y «me voy a casar contigo en cuanto salgamos de pobres»-, pues del Tuerto, le digo, y de la puta de Marujita la de Antequera ya me estaba oliendo yo algo desde hacía meses. Primero, porque a ella se la veía muy contenta últimamente, muy cantarina, muy satisfecha -ya me entiende usted en qué sentido se lo digo- y hasta había engordado un poquito y echado cadera, que buena falta le hacía a la pescadilla ésa meter carne debajo de su pellejo. Y el Tuerto no tenía tanta hambre como antes -no hambre de la de sentarse a la mesa, usted me entiende, sino de la otra- y yo ya empezaba a verlo todo clarito.
La de Antequera actuaba justo después que yo. Bueno, si es que a eso que ella hacía se le puede llamar actuar. Porque esa chola ni a cantar había aprendido. O igual sabía, pero estaba tan anémica que ya ni resuello le quedaba para sacar aire de sus pulmones. O es que se lo dejaba todo en el achuchón rápido que le pegaba mi hombre mientras yo estaba en escena, aprovechando que les quitaba el ojo de encima un momento. Porque sé de buena tinta que hacían su agosto sexual durante mis actuaciones. Y también sé que el Tuerto nunca tuvo la intención de casarse, ni conmigo ni con nadie, y que si me lo prometió tantas veces fue sólo porque sabía que una mujer decente como yo soy no iba a comportarse como su esposa durante tanto tiempo sin un compromiso formal de matrimonio.
El Tuerto contrató a la de Antequera un poco antes de los Juegos Olímpicos, porque dijo que con tanto turismo iba a hacer falta ampliar la plantilla. Así lo dijo, «ampliar la plantilla», aunque, como puede figurarse, de contrato ni de sueldo, nada de nada. En el Bohemia ganábamos según ganara el Tuerto. Si la noche iba bien, tres mil pelas. Si iba mal, mil quinientas. Y si iba fatal, el bocadillo, un vaso de vino y a la calle. Nadie tenía queja del trato: la cena estaba mejor que el estómago vacío.
Marujita la de Antequera se presentó por el café una noche cualquiera cuando ya había acabado el espectáculo y los últimos clientes, borrachos y rezongones, ya empezaban a querer irse. Nunca antes la habíamos visto, y eso que en el gremio nos conocemos todos, pero ella le dijo al tonto del Tuerto que llevaba toda su vida bailando en un bar de carretera de la provincia de Cáceres que se llama El Paraíso Terrenal. Seguro que es un putiferio, lo pensé en cuanto la vi. La de Antequera estaba como la radiografía de una sardina, más arrugada que la bota de un cojo, con el pelo de estropajo, las uñas rotas y el aliento apestoso. Dijo que sabía bailar y que quería que el Tuerto le hiciera una prueba. Ja, una prueba, como si aquello fuera Jolibú. Pero como el Tuerto siempre fue muy putero, la dejó subirse al escenario a mover los huesos del culo con poquísima gracia y allí mismo decidió «ampliar la plantilla» colocando a aquella vergüenza de bailarina justo detrás de mi número en la función. Buena bronca se llevó, el muy desgraciado. Llega a ponerme a la de Antequera delante y le vacío el otro ojo.
Sí, enseguida le hablo de mi número y dejo de andarme por las ramas. Sólo una cosita más, para que usted vea cómo era el Tuerto. De pronto, aquella noche de hace casi dos meses, me dice aquello de que no quiere volver a verme por allí, y por la mañana observo que él no está en la piltra. Oigo voces abajo y me asomo a la ventana, ¿y qué cree usted que veo? Al Tuerto y a la de  Antequera, como un par de momias en luna de miel, cargando una maleta grande en un coche que lo más seguro es que fuera robado. Ella conducía, porque el Tuerto nunca se sacó el carné, y llevaba un pañuelo de colores atado bajo la barbilla, como las mujeres ésas que conducen descapotables blancos en las películas. El coche era un Cheat 127 del año del hilo negro, y llevaba en un lateral un adhesivo que decía: I love Almuñécar. Ya ve en qué detalles se fija una. En cuanto les vi subir al coche supe lo que les esperaba, no porque servidora sea bruja, ni mucho menos -no crea que voy a hacerle la competencia, señor mago-, sino porque ése es el sino de mi vida: novio que me echo, novio que se despeña con el coche por un barranco. El Tuerto se había librado porque no conducía, pero en cuanto le vi subirse a aquella chatarra para largarse con la de Antequera supe que había llegado su hora. Él miró hacia arriba y me descubrió espiando. Puso cara de mala leche, pero en el fondo yo sé que lo que sintió fue pánico, porque conocía el destino de todos mis novios anteriores y también porque en mis ojos debió de leer la dulzura de la venganza.


Ya, ya le hablo de mi número, que era según todos lo mejor del espectáculo. Podía durar de cinco a veinte minutos, dependiendo de lo atentos que estuvieran mis admiradores, porque si empezaban a mirar a todos lados, a pedirle al Paco más cerveza o más vino o a hablar por lo bajini, servidora prefería no actuar para quien no sabe valorarla. Yo les ofrecía un repertorio de pura canela en rama. Un bolerito para abrir boca, para ir caldeando el ambiente. Luego una copla de las de argumento y lágrima, seguida de una cancioncilla de esas desenfadadas que hacían reír al auditorio y hasta al Tuerto, que al principio siempre me miraba desde detrás del mostrador. A continuación, lo mejor de la noche: un tangazo de esos que hacen que los hombres empinen el codo o el tuyamentiendes, otro bolerito para ir despidiendo y al final un buen pasodoble, con mucho regusto nacional, como debe ser. Algo así como: espérame en el cielo corazón / si es que te vas primero / que pronto yo me iré / ahí donde tu estés / yo soy la otra, la otra / y a nada tengo derecho / porque no tengo un anillo / con una fecha por dentro / yo tuve un novio barbero / y una vecina me lo quitó / tuvieron tres churumbeles / con la cabeza como un farol / volver con la frente marchita / las nieves del tiempo platearon mi sien / sentir que es un soplo la vida / que veinte años no es nada / devuélveme el rosario de mi madre / y quédate con todo lo demás / lo tuyo te lo envío cualquier tarde / pisa morena / pisa con garbo / que un relicario / que un relicario me voy a hacer / con el trocito de mi capote / que haya pisado que haya pisado tan lindo pie.
Al principio estaba tan encoñada con el tonto del Tuerto que cantaba los boleros de amor mirándole con ojos de manteca derritiéndose. Él me sacaba la lengua, el muy guarro, sin dejar de servir bebidas, y por la manera en que me miraba yo sabía que esa noche el espectáculo iba a seguir arriba, en su cama, hasta que se hiciera de día. Menudos éramos, los dos juntos, fuego y paja, créame. Eso nos duró hasta que él se largó la primera vez con una antigua amiguita, y se pasó fuera más de dos años. Cuando volvió yo ya me había hecho a la idea de dirigir el Bohemia sola, y en el cambio había salido ganando: prefería un millón de veces al Bohemia sin el Tuerto que al Tuerto sin el Bohemia. Y eso que llevaba ya mucho tiempo con aquel desgraciado, y una se acostumbra a estas cosas, pero es que de directora artística del Bohemia me tiré más de dos temporadas. Y fue lo mejor de mi vida.
La reconciliación tras su llegada no estuvo del todo mal pero lo de después fue lo peor: dijo que a él no se le subía nadie a caballo y que yo había convertido su café-concierto en un tugurio para maricones y abuelitas. No era verdad, por supuesto el Tuerto nunca tuvo verdadera sensibilidad artística. Yo lo único que había hecho era permitir que una compañía de marionetas actuase allí los domingos por la mañana, para que las familias del barrio pudieran traer a sus niños al café, que cada vez tenía más mala fama. También contraté a algunos artistas nuevos: un funambulista polaco, un domador de pulgas, un hombre con tres cabezas -dos eran postizas, pero apenas se notaba- y un cantante folclórico de Jerez, que tenía más pluma que el sombrero del duque de Mantua. En realidad, todos eran un poco homosexuales, pero a mí me daba igual. Mejor: así me rodeaba de hombres mansos que me hicieran compañía. Además, entre todos los mariquitas y yo dejamos el Bohemia hecho una monada: todo lleno de visillos de frivolité y de tapetes de ganchillo color beis. Yo misma servía las bebidas durante esa nueva etapa, vestida de lentejuelas y con una pluma en la cabeza, como las madamas del lejano oeste americano que se ven siempre en Cinemascope. Puse de moda el anís y el vino con sifón o gaseosa y hasta arreglé un par de reservados al fondo y contraté a dos jovencitas del barrio para que se dejaran caer por allí pasadas las doce de la noche, indujeran a los clientes a consumir bebidas caras y se los llevaran a la retaguardia cuando ellos se lo pidieran. Les cobraban ocho mil pesetas por un servicio completo, iban al cincuenta por ciento y cada noche se tiraban a media docena de tíos cada una. No hace falta que le diga que fue nuestra etapa más próspera. Pero el inútil del Tuerto no quiso entenderlo así. Echó a la mitad de mis fichajes y volvió a llenar el local de pelanduscas y muertos de hambre. Reinstauró el vino, la cerveza y la puerta abajo los domingos por la mañana. Lo único que le pareció bien fue lo de las dos señoritas, aunque modificó el acuerdo económico: todo lo que ganaran sería para ellas, pero por cada cliente que se echaran le debían a él una faena idéntica. Estuve sin hablarle a aquel desgraciado durante casi tres semanas.
Con el paso de los años, y sobre todo después de que me dejara por segunda vez para largarse por dos temporadas con la trapecista del circo Europa, servidora escarmentó para siempre, y ya nada volvió a ser igual. Cuando salía al escenario buscaba el ojo bueno del Tuerto y le miraba con un fuego abrasador, pero no precisamente del de si tú me dices ven / lo dejo todo, como tiempo atrás, sino más bien del tipo de qué estás hecho tú / de piedra o hielo / que no sabes sentir / ni amor ni celos. Le juro, señor mago, que nunca he fraguado tanta rabia como cuando le miraba desde el escenario y le cantaba -a él, sólo a él, lo mismo que años atrás, pero distinto- todas aquellas cosas: yo no sé quererte lo mismo que tú / ni pasar la vida pendiente y esclava / de esa esclavitú / nada debo agradecerte / mano a mano hemos quedado / no me importa lo que has hecho / lo que has hecho y lo que harás / los favores recibidos / creo habértelos pagado. Pero aquel imbécil se quedaba como si no fuera con él, y yo dale que te pego, gritando cada vez más: no te quiero / no me quieras / si tó me lo diste / yo ná te pedí / la vida rueda / también rodaste vos / aunque no creas tú / y porque me oye Dios / esta será la última cita de los dos; pero era como hablarle a un perchero.
Así que ahora ya debe de ir entendiendo por qué cuando leí su anuncio le llamé enseguida. Necesito casarme de una vez, señor mago, ya no puedo tolerar que más novios se me maten en la carretera, y ya voy teniendo edad de no estar sola –voy a cumplir cincuenta y dos, pero no se lo diga a nadie porque suelo quitarme ocho o diez-; y también necesito trabajar y ganar algún dinero, que si me ve algo desmejorada es sólo porque últimamente apenas he comido y porque llevo sin cantar ante mi público casi una eternidad, pronto va a hacer dos meses, ya ve usted, cuántas noches y cuántas coplas caben en dos meses, y eso sí me está matando.
Por lo demás, no tengo vicios. Cada vez me gusta menos el sexo, esto debo confesárselo para que no se haga ilusiones conmigo, lo cual no significa que si me lo propongo y si se dan las circunstancias adecuadas, no pueda ser pura pasión, y sin riesgos, porque ni estoy enferma ni puedo tener hijos, como habrá usted deducido. Le doy algo al anís, pero poquito, y nunca me emborracho, sólo me pongo contenta y dicen que estoy muy graciosa. y fumar, no fumo, pero no me molesta que fumen los demás, porque yo en eso de los fumadores pasivos no creo. Lo único que hago sin parar es cantar, canto hasta dormida, pero siempre en español, para que todo el mundo me entienda, y cosas muy sentidas de ésas que ya no se estilan.
No, si ya sé que lo suyo de usted es un espectáculo de magia, y que yo no iba a ser más que su ayudante, pero iba pensando cuando venía hacia aquí que seguro que no le importaría que yo me pusiera a cantar alguna casita ligera durante las actuaciones. Por ejemplo, imagínese ese número en que el mago sierra a su acompañante, y la divide en dos mitades que luego aleja para poder pasar por el medio y que los espectadores admiren su arte. Pues mientras eso dura, yo podría canturrear algo, como por ejemplo aquel bolero tan bonito que dice amor no te vayas sin mí / no me dejes así / que no ves que al partir / todito destrozas en mí. Eso le añadiría sal a la cosa y digo yo que el público lo agradecería. O, piénselo usted, en el número ése donde los magos arrojan puñales a la chica, que está atada al panel de colores en forma de aspa, yo podría cantar aquello de que seas feliz, feliz, feliz / es todo lo que pido en nuestra despedida. Ya sé que nunca se ha hecho nada parecido, pero precisamente en eso está el secreto del arte: en hacer lo nunca visto. Yo no quiero presionarle, sólo le aviso de antemano de que si lo que busca es una mujer con quien pasar el rato sin formalizar su relación, yo no soy de ésas. No por nada, señor mago, es sólo porque mi conciencia no puede cargar con más muertes. Siete fueron los pobrecitos que murieron de forma traumática al volante de su coche, y con todos ellos tenía planes de boda, y hasta con uno ya habíamos elegido la iglesia y la fecha, que tenía que ser el trece de marzo del sesenta y cinco, precisamente hoy hubiéramos celebrado nuestro treinta aniversario, y ha sido este detalle el que me ha hecho decidirme a llamarle hoy mismo: éste puede ser mi día de suerte. Ya ve que le soy sincera, porque pienso que sin sinceridad no iremos a ninguna parte y porque servidora en su vida le ha dicho una mentira a nadie. A mí me hizo el destino pecadora, como a la de la canción, pero no embustera. y del mismo modo que le he confesado ya todo lo anterior, y ya que por el brillo de sus ojitos veo que no le desagrado del todo, voy a rematarle la historia por si le colea el gusanillo del cabo suelto y para que vea que no he hecho más que conocerle y ya le tengo una enorme confianza.
Lo primero es que el Tuerto y la de Antequera se la pegaron por un barranco con el coche, que, como yo decía, era robado. Él, como debía suceder, murió en el acto. Lo digo así porque ya le lloré bastante; que servidora estaba ya hasta allí de aquel hijo de su madre, pero no es insensible a la desgracia. A ella la enchironaron por ladrona de coches y porque dentro del Cheat la pasma encontró una bolsita de cocaína que debía de ser del Tuerto -por fin entendí en qué se gastaba los dineros del Bohemia-. De momento, el café lo cerraron, porque el dueño no quiso alquilármelo por lo mismo que le daba mi hombre y me hizo un lío con palabrejas raras, como de abogados, que no entendí, pero que significaban que nanai y que me buscara la vida en otra parte. Eso fue inmediatamente después de saberse lo del accidente, pero yo sé que el fulano no le ha alquilado el sitio a nadie, y que no piensa venderlo. Está bastante hecho polvo, y no le iba a sacar ninguna tajada grande, así que yo estoy convencida de que si nos presentamos allí los dos, después de pasar por la vicaría, como un matrimonio bendecido y como a Dios le gusta, el maromo ése nos arrienda el chiringo por nuestra cara bonita y por cuatro perras. Podríamos intentarlo, señor mago, y sería un lujazo eso de tener nuestro localito propio. Ya le he contado lo bien que se me dan los negocios, y podríamos llevar una vida desahogada, que creo que a usted tampoco le sobran los cuartos, con esa carita de hambre que tiene -y perdone la confianza- y hasta con el tiempo podríamos pensar en permitirnos algunos lujos. Nos podríamos abonar a eso del Canal Plus, y podríamos salir de viaje por aquí cerca de vez en cuando, que hace siglos que no voy al pueblo de mi madre, y hasta podríamos pensar en comprarle al imbécil ése el local, poquito a poco, para con el tiempo tener donde caer muertos.
Todavía me falta contarle que al Tuerto le desgracié el ojo yo, hace ya un montón de años. Fue una noche que me pegó una paliza de impresión porque me había encontrado sentada en las rodillas de un cliente. Fue en defensa propia, no vaya usted a creer que antes de echar a los fulanos barranco abajo me gusta vaciarles los ojos. Pero se lo tenía que decir para cuando las vecinas del Bohemia, que son muy chismosas y creen que me conocen mucho sólo porque hace años que las soporto, le vengan con el cuento. Seguro que lo harán, y no quiero que le pille por sorpresa o que vaya a pensar que se ha casado con un monstruo.


Porque yo de monstruo tengo lo mismo que usted de parlanchín y, al contrario, puedo llegar a ser muy dulce si me lo propongo y si me motivan lo suficiente. Y en este ratito me estoy notando, ya ve usted, muy pero que muy motivada, créame, motivadísima; vamos, que ahora mismo me arrancaba yo a cantarle con mucho sentimiento aquello de cómo ríe la vida / si tus ojos negros / me quieren mirar que hasta se lo daría por escrito y con mi firma. Y le rascaría la espalda y ahí donde a los hombres les gusta tanto que les rasquen y entonaría, bajito, en un murmullo junto a su oreja, señor mago, unas palabras que serían sinceras: Cuando estoy contigo / no sé qué es más bello / si el color del cielo / o el de tu cabello. Y al llegar la madrugada, mientras los borrachos tropiezan con las farolas en la calle, usted y yo nos echaríamos a descansar en nuestra cama, oliendo a colonia y muy bien cenados, y yo le agarraría la mano como a los niños pequeños que tienen miedo a la oscuridad y le juraría con toda mi alma aquello tan bonito que nunca he podido jurarle a nadie: Toda una vida / estaría contigo / no importa en qué forma / ni dónde ni cómo / pero junto a ti. 
Care Santos
Gracias, Care, por crear un universo en el que, con tanto placer, nos sumergimos.

lunes, 29 de julio de 2013

Georges Méliès



Érase una vez un soñador, un ilusionista, que quiso capturar los sueños. Érase una vez un prestidigitador que tenía un teatro en París, el teatro "Robert Houdin', en el que practicaba cada noche sus trucos de magia frente a decorados fantásticos de su propia invención. Hasta que un día, el 28 de diciembre de 1895, asistió invitado por los hermanos Lumière a la primera representación del Cinematógrafo. Y quedó fascinado. 
Érase una vez un soñador, un ilusionista, que quiso capturar los sueños, y que lo consiguió. Érase una vez Georges Méliès, "el mago del cine".
Georges Méliès (1861-1938) introdujo la magia y la ficción en el cine cuando este aún daba sus primeros pasos. Hasta el punto de que viajó a la Luna en 1902 (Viaje a la luna, 1902, está considerada su obra capital). Ahora, los visitantes de CaixaFórum Madrid tendrán la oportunidad de conocer mejor a esta figura capital de la cinematografía mundial del 26 de julio al 8 de diciembre en la exposición Georges Méliès. La magia del cine
La exposición, presentada este jueves, profundiza en las raíces culturales, estéticas y técnicas del cineasta francés a través de más de 400 objetos entre películas, fotografías, dibujos, pósteres, aparatos originales de la época, vestuario, maquetas y documentación.


 

jueves, 25 de julio de 2013

25 de julio, 2013



César Vallejo

Hay golpes en la vida, tan fuertes... Yo no sé!
Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,
la resaca de todo lo sufrido
se empozara en el alma... Yo no sé!

Son pocos; pero son... Abren zanjas oscuras
en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte. 
Serán tal vez los potros de bárbaros atilas; 
o los heraldos negros que nos manda la Muerte.

Son las caídas hondas de los Cristos del alma,
de alguna fe adorable que el Destino blasfema.
Esos golpes sangrientos son las crepitaciones
de algún pan que en la puerta del horno se nos quema.

Y el hombre... Pobre... pobre! Vuelve los ojos, como
cuando por sobre el hombro nos llama una palmada;
vuelve los ojos locos, y todo lo vivido
se empoza, como charco de culpa, en la mirada.
Hay golpes en la vida, tan fuertes... Yo no sé!
(Los heraldos negros)

Mario Benedetti

Dios mío, Dios mío, Dios mío, Dios mío, Dios mío, Dios mío, Dios mío.
(La tregua)

martes, 23 de julio de 2013

25 de Julio, Santiago Apóstol, Día de Galicia.




 
Festas do Apóstolo

En estas fiestas conviven la solemnidad religiosa y oficial, el sabor popular, y la animación, que convierten a toda la ciudad en un gran festival.
El 24 y el 25 de julio son los días grandes. La noche del 24 hay un impresionante espectáculo de fuegos artificiales en honor al Apóstol, al tiempo que se quema el gran castillo de piroctenia que imita la fachada gótica de la Catedral.
El 25, durante la misa solemne que se celebra en la catedral, el Rey o un delegado de la Casa Real hace la tradicional ofrenda al Apóstol Santiago. En esta misa se puede ver el botafumeiro, extraordinario inciensario de gigantescas dimensiones, balancearse en la Catedral perfumándola y envolviéndola en un halo místico. El 25 es también el día de Galicia, con actos que congregan a miles de ciudadanos gallegos en la ciudad.
Durante esta quincena las actividades culturales destacan por su calidad y diversidad. La música de todos los estilos, la danza y el teatro, los pasacalles, las verbenas... invaden Compostela. La tradicional reunión de Bandas de Música de toda Galicia y las exhibiciones de trajes regionales y bailes folclóricos son otras de las citas de estas fiestas, que se cierran el día 31 de julio con otro gran espectáculo de fuegos artificiales.
Cuando el 25 de julio coincide en domingo, se celebra el Año Santo Compostelano. Esta circunstancia se repite en ciclos de 6, 5, 6 y 11 años. 1993, 1999, 2004 y 2010 fueron Años Jubilares, y lo será nuevamente el 2021. En esos años la afluencia a la ciudad de peregrinos llegados de todo el mundo es aún mayor.




sábado, 20 de julio de 2013

Triangle Postals













Triangle Postals edita:

-Libros
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-Postales y Souvenirs
-Multimedia


Un cuidada encuadernación, calidad, color, fotografía y contenidos hacen de los productos  de Triangle Postals acompañantes imprescindibles antes, durante y después de una visita a una ciudad o un museo.
Estas mismas características convierten a los marcapáginas editados por Triangle Postals en "objetos  de deseo" para los coleccionistas.